El teatro La Piojera se vistió de emociones para homenajear a Mercedes Sosa horas antes de cumplirse 16 años de su fallecimiento. Música, canto y relatos se unieron en una noche donde la memoria, no solo de los desaparecidos sino del cumplimiento de los 10 años del movimiento Ni una Menos, se convirtieron en un lugar emotivo y de reflexión.

La noche del viernes comenzaba con muchas expectativas. Exactamente a las 21 horas, las luces del teatro se atenuaron y el murmullo del publico se transformo en silencio. En el escenario, un telón y una soga que recorría a lo largo anunciaban que algo profundo estaba por suceder. “Traigo un pueblo en mi voz ” no era solo una obra de teatro: era un homenaje a la voz inmensa, a la lucha y a todas las voces discriminadas que siguen reclamando memoria, justicia y libertad, tal como lo hizo la “Negra Sosa”.

En las butacas previo al inicio del espectáculo se mezclaban los abrazos y risas con “¡Eh Carlos, ¿como andas?. Pero cuando la pantalla se levantó, el aire cambió y la música comenzó a sonar. A lo lejos podía escuchar los tarareos de las personas que recordaban sus temas. Dos cuerpos femeninos entraron y comenzaron a moverse con total suavidad y nostalgia desprendiendo escalofríos en quienes estaban presenciando la obra. Cada canción la acompañaba un relato y cada gesto una historia colectiva: las peñas, los exilios, los miedos, los desaparecidos, Argentina.

En medio de la obra, los relatos sobre la dictadura se colaron como un eco que sigue doliendo. Con palabras simples pero potentes ,las artistas trajeron al presente las ausencias que aun nos duelen. Se sintió ese nudo en la garganta que aparece cuando el arte nos toca la historia y la transforma en verdad viva. Las imágenes proyectaban y recordaban a los que no volvieron. En ese instante, la figura y los ponchos colgados en representación de Mercedes Sosa se fundía con su música.

El publico acompañaba con respeto, con lagrimas contenidas y aplausos largos, había algo mas que emoción, había historia. El final, nos invito a cerrar los ojos y tomar la mano del que estaba al lado como un gesto de cercanía, que en las épocas que estamos viviendo carecen. Mientras la música sonaba la gente se paraba a aplaudir con mucha nostalgia viendo hacía el telón pintado de azul, con sus ponchos y fotos colgadas. Resonaba una promesa y era la de no olvidar.

En el marco de los 10 años del Movimiento del Ni una Menos la obra tomó un nuevo sentido. Fue imposible no pensar en esa mujeres que siguen alzando la voz, en las que ya no están, en las que luchan todos los días en contra de la violencia, la discriminación y la indiferencia. Como Mercedes, ellas también traen un pueblo en su voz.

“Traigo un pueblo en mi voz” no fue solo un homenaje artístico, sino un acto de memoria. Un recordatorio de que el arte puede transformar el dolor en belleza y la ausencia en canto. Mientras haya alguien dispuesto a cantar, bailar y recordar, el pueblo seguirá vivo en cada voz.