Segunda parte de la aventura a caballo Villa Giardino-Salsipuedes.

Como ya se relató en la primera parte de esta crónica, Martina recorrió junto a su caballo Merlot unos 40 kilómetros desde Salsipuedes hasta Villa Giardino, en plena región de Punilla. En total, fueron cerca de 80 kilómetros de recorrido, sin contar los paseos dentro del pueblo ni el desfile gaucho.

La emoción era inmensa: era su primer viaje largo con Merlot, y aunque solía salir a cabalgar varias veces al mes, la magnitud de la travesía superaba cualquier experiencia previa. Con apenas cuatro días de preparación —y las herraduras recién cambiadas—, la consigna fue clara: “vamos viendo”.

El recorrido por las sierras le permitió despejarse y valorar cosas cotidianas que a veces pasan inadvertidas: la calma del hogar, la comodidad de la cama, las charlas con sus padres. Tanto para ella como para Merlot, fue una experiencia transformadora.

Pero no todo fue tan sereno como el paisaje. Hubo un momento de tensión, uno de esos episodios que ponen a prueba el vínculo entre jinete y caballo.

El susto en la loma

El incidente ocurrió durante el regreso, una vez superada la temida subida de San Pedro. Martina y Merlot alcanzaban la parte más alta del recorrido, una loma cubierta de paja brava, cuando el viento comenzó a soplar con más fuerza. Las ráfagas superaban los 80 km/h; los caballos caminaban de costado, con las orejas hacia atrás, y el poncho de la jinete flameaba hasta casi arrancársele del cuerpo. El sombrero no resistió: terminó roto.

Fue en ese contexto cuando aparecieron, a toda velocidad, cuatro jinetes que venían detrás, galopando y azotando sus caballos. La irrupción bastó para alterar por completo el ánimo de Merlot, un animal joven, sensible y con energía desbordante. Los golpes del látigo y el sonido del galope ajeno lo pusieron en alerta, mezclándose con el rugido del viento que distorsionaba los ruidos y las siluetas.

De pronto, el caballo comenzó a encabritarse. Se paraba de manos, lanzaba patadas, se negaba a avanzar. Para Martina, que pesa cincuenta kilos frente a los quinientos de su compañero, controlarlo se volvió una tarea casi imposible. Mario, su amigo y guía, le daba indicaciones a los gritos, pero el viento hacía inaudibles sus palabras.

Momento de tensión

El verdadero peligro no era solo la reacción del animal, sino el terreno: la paja brava, seca y resbaladiza, hacía que las herraduras de hierro no tuvieran agarre. A cada movimiento brusco, el caballo se deslizaba unos metros cuesta abajo. La caída podía ser grave.

Con nervios y determinación, Martina logró aferrarse a las riendas, mantener los pies en los estribos y apretar las piernas contra la montura para ganar estabilidad. Buscó un tramo más pedregoso, donde Merlot pudiera afirmarse mejor.

Después de varios minutos de tensión, el caballo comenzó a calmarse. Volvió a respirar hondo, bajó el cuello y retomó su paso tranquilo. Solo entonces, la viajera sintió cómo su propio cuerpo se aflojaba: los músculos tensos, las manos adoloridas y el corazón acelerado.

Paisaje y camino.

De todo el recorrido, aquel episodio fue el más estresante. “Me cansé más en esos minutos que en todo el viaje”, suele decir Martina al recordarlo. Sin embargo, también fue una enseñanza sobre la naturaleza impredecible del caballo, un animal noble pero sensible, que siente, reacciona y decide.

Aprender a leerlo, acompañarlo y mantener la calma es parte del desafío y de la magia de cabalgar. Así lo entendió Martina, mientras el viento se apaciguaba y el sol del mediodía iluminaba el regreso hacia Salsipuedes.

El viaje a caballo entre Salsipuedes y Villa Giardino no solo fue una travesía turística o recreativa, sino también una experiencia de autoconocimiento. Porque más allá de las postales perfectas y la conexión con la naturaleza, toda aventura auténtica tiene su cuota de riesgo, miedo y aprendizaje.