Una travesía de tres días, de Salsipuedes a Villa Giardino. Una cabalgata de 40 km que culminó con el desafío de la Bajada de San Pedro, en un encuentro con la tradición gaucha.

En general, Martina se considera una persona estructurada. Esa característica le sirve para organizarse, ser puntual y cumplir objetivos, aunque a veces siente la necesidad de desafiarse a sí misma, de hacer algo distinto. Esta vez, decidió salir del molde y emprender una experiencia que venía postergando desde hacía un par de años: un viaje a caballo.

Con una muda de ropa, el mate, unos sanguchitos, el poncho y unos pesos para comprarle comida a Merlot —su caballo—, partió rumbo a Villa Giardino, en el norte del Valle de Punilla, para participar de la Fiesta Patronal en honor a la Virgen de la Merced, una celebración que combina devoción religiosa, cultura popular y espíritu gaucho.

La aventura comenzó el martes 23 de septiembre, cuando la alarma sonó a las cuatro de la mañana. Dos horas más tarde, Martina y Merlot estaban listos para partir desde Salsipuedes. Pasaron primero por El Pueblito, donde se sumó Mario, amigo de la viajera y habitué de estas travesías desde hace más de 35 años. Desde allí, los esperaban unos 40 kilómetros de sierras, valles y caminos de tierra.

El trayecto incluyó localidades como El Manzano y Agua de Oro, hasta internarse en los senderos serranos que conectan con Candonga o La Cumbre. Ellos eligieron el camino de la derecha, hacia una estancia dedicada a la cría de caballos criollos. Allí hicieron una parada para descansar y almorzar empanadas, sentados sobre fardos de alfalfa, mientras observaban a otros jinetes llegar y acomodarse bajo un galpón de chapa. El paisaje —rodeado de sierras amarillentas por la paja brava— ofrecía una postal típicamente cordobesa.

Mario en su caballo.

Al mediodía, tras seis horas de viaje, el grupo retomó la marcha. Faltaba poco para Villa Giardino, pero quedaba el tramo más desafiante: la Bajada de San Pedro, un sendero estrecho, empinado y con precipicios que exige confianza entre jinete y caballo. Merlot respondió con calma, y ambos llegaron al pueblo sanos y salvos a las dos y media de la tarde.

Villa Giardino, conocido como “el Jardín de Punilla”, los recibió en plena primavera. Los zorzales cantaban, el verde brotaba después de las lluvias y el aire tenía aroma a campo. Martina y Mario dejaron descansar a los caballos y visitaron la gruta de la Virgen antes de encontrarse con Marcos, un vecino del pueblo que les ofreció hospedaje y refugio para los animales. Marcos, ex presidente de una agrupación gaucha local, les contó cómo el pueblo había cambiado tras la pandemia y cómo algunas costumbres tradicionales siguen marcando la identidad giardinense desde tiempos coloniales.

La noche los encontró compartiendo mates y anécdotas bajo un cielo despejado.
Al día siguiente, 24 de septiembre, la jornada comenzó con misa y luego con el tradicional desfile gaucho en honor a la Virgen María. Aunque al principio dudaba en participar, Martina decidió hacerlo. Merlot, acostumbrado al silencio del campo, se comportó con una nobleza que sorprendió a todos: marchó sereno, atento y orgulloso entre murgas, bombos y altoparlantes. Fue, sin dudas, uno de los momentos más emocionantes del viaje.

Mario y Marcos tras el desfile.

La fiesta continuó con asado con cuero, música y una feria de artesanos que ofrecía locro, empanadas y dulces caseros. En cada sombra, un caballo descansaba. Ya entrada la tarde, Martina regresó con Merlot a la casa de Marcos para cuidar a los animales y compartir un momento de calma antes del regreso.

El jueves por la mañana emprendieron la vuelta. Esta vez, con viento en contra pero con el ánimo alto, tardaron dos horas menos que a la ida. Cuando finalmente llegaron a Salsipuedes, cansados pero satisfechos, quedó la certeza de haber vivido algo más que una cabalgata: una experiencia de conexión profunda con la naturaleza y la tradición.

Martina y Merlot al llegar a casa.