Desde las medidas de flexibilización impulsadas por el gobierno nacional, allá por diciembre de 2024, y el posterior debilitamiento de las políticas de importación advertidas en el decreto 1065/2024, la Argentina atravesó en pocos meses un proceso de transición cada vez más evidente hacia el consumo masivo de moda asiática low cost

En un escenario de recesión económica y bajadas de consumo abismales, el paisaje se nubla para la industria argentina, sin propuestas o soluciones macroeconómicas a corto plazo. Es que la imposibilidad de competir en precios y escala con los gigantes chinos amenaza la subsistencia de miles de pymes alrededor del país. Con incertidumbre y tensiones acumuladas, la pugna entre empresarios, emprendedores y trabajadores no pareciera zanjarse en un contexto cercano.

El atajo de la importación

Cabe señalar que uno de los mayores jugadores de este mercado entró a la cancha con los tapones de punta: Shein, la plataforma de venta digital minorista de moda rápida, implementó en abril de 2025 el sistema Delivery Duty Paid (DDP), con el cual propone hacerse cargo de todos los impuestos y costos de envío desde el origen hasta el domicilio del comprador. De esta forma, elimina trámites aduaneros y convierte la compra en un proceso casi inmediato para el consumidor argentino, que accede a un catálogo infinito de productos a precios minúsculos.

Si rastreamos en el tiempo la secuencia de sucesos, esta agresividad en su estrategia encuentra su raíz en un avance regional planificado ante un Estados Unidos cada vez más proteccionista: con la eliminación de la exención de aranceles de minimis (bienes de bajo costo) por el gobierno trumpista, Latinoamérica comenzó a configurarse como el nuevo comprador estrella de una industria que produce cantidades descomunales de productos en condiciones laborales y éticas, al menos, cuestionables.

Ante estos mecanismos, sumado a la política local que prioriza la importación sobre la producción local, se abrió la puerta a un consumo masivo que se apoya en dos factores clave: precios extremadamente competitivos y una oferta creciente en calidad y variedad. Irresistible para el comprador argentino acostumbrado al sobreprecio textil, que acorralado por la pérdida de poder adquisitivo, se ve tentado a aprovisionarse aún a expensas de la sustentabilidad. Incluso sabiendo que los hábitos de compra de los argentinos no pueden compararse con los ciclos de consumo de países desarrollados, la cultura del fast-fashion creciente sigue calando hondo imponiéndose incluso entre clases populares.

La presión sobre la industria local

Según representantes de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME), el impacto en la manufactura nacional puede ser fatal. Tal como indicaron, “el consumo interno justifica el 70% de lo que se produce a nivel pyme. No son tantas las pymes que exportan”. Sin embargo, el fenómeno de estancamiento no es novedoso, sino que pareciera tener antecedente ya en momentos pandémicos: “Hace más de tres años que la industria pyme no logra superar el 60% de uso de capacidad instalada, queda un 40% de capacidad en pie”, señaló Salvador Femenía, vocero de la entidad. 

Los datos acompañan la advertencia: según un informe de la Fundación Pro Tejer, casi siete de cada diez prendas que se venden en Argentina son importadas, incluso aquellas que se venden en locales físicos o en shoppings. En definitiva, la rentabilidad es baja y la desigualdad estructural agrava el panorama: costos laborales, fiscales y logísticos locales se enfrentan a un esquema en el que las plataformas extranjeras tercerizan producción, evitan barreras aduaneras y logran una escala global que les permite vender más barato de lo que a un fabricante argentino le cuesta producir. 

¿Qué está en juego?

El futuro de la industria textil nacional depende de decisiones que aún están en el aire, de acuerdo a lo que informan legisladores en redes sociales: una reunión en diputados, el avance tímido de un proyecto de ley, o un veto que lo desestima todo. Mientras otros países como Brasil o México avanzan con regulaciones específicas para limitar el avance del e-commerce chino, en nuestro país todavía no se discute oficialmente si habrá lugar para políticas que protejan la producción local o si la apertura terminará consolidando un cambio irreversible en los hábitos de consumo.

Lo cierto es que las fábricas locales enfrentan una realidad preocupante: menos producción, más despidos, mayores recortes y cierres definitivos. Y aunque las marcas argentinas apuesten a diferenciarse en diseño, calidad o producción sustentable, el precio parece ser —por ahora— el único factor que guía la elección de un consumidor cada vez más asfixiado por la crisis.