Estudiantes extranjeros llegaron a la ciudad para estudiar en la Universidad Nacional de Córdoba, pero encontraron la institución en medio de paros que suspendieron las clases. Lejos de ser un obstáculo, la paralización se transformó en un aprendizaje inesperado sobre cultura, convivencia y adaptación en una ciudad vibrante y acogedora
Una facultad cerrada puede parecer el peor comienzo para un semestre internacional. Los paros interrumpen clases, desordenan calendarios y desafían la paciencia de quien llega con planes precisos. Sin embargo, en Córdoba, incluso los días sin clases se convierten en lecciones inesperadas sobre cultura, convivencia y adaptación.
El 4 de agosto marcó la llegada de Omar Alejandro Vargas Martínez de 29 años, desde Guadalajara, México. La Universidad Nacional de Córdoba (UNC) fue elegida por su carácter público y su historia centenaria, ubicada en una ciudad donde el pulso juvenil marca el ritmo de plazas, bares y residencias. El choque inicial surgió de los horarios: clases nocturnas en lugar de turnos matutinos, aulas llenas y profesores dispuestos a explicar con paciencia lo que en otros entornos se presupone conocido. “La experiencia es inigualable, aunque exige orden, paciencia y, sobre todo, saber escuchar antes que hablar”, señaló.



Desde Arequipa, Perú, André Sebastián Valdez Salcedo de 18 años, aterrizó el 21 de julio. Arquitectura como carrera, convenios internacionales como vía, cercanía geográfica como criterio. En su primera semana, los paros resultaron extraños, nunca vistos en una universidad privada. Con el tiempo, el desconcierto inicial cedió a la valoración de un cuerpo docente de alto nivel y métodos que invitan a investigar con autonomía. Entre trabajos, gimnasio, mates y charlas, una residencia universitaria se volvió espacio para amistades inesperadas.
“El intercambio abre otra vida, amplía el círculo de relaciones y multiplica las perspectivas. Si existe la oportunidad, debe tomarse; no suele repetirse con facilidad.”
El 24 de julio comenzó la estadía de Justine Leblanc, 20 años, proveniente de Villeneuve d’Ascq, al norte de Francia. Ciencia Política como marco de estudio, América Latina como destino deliberado, Córdoba elegida por su tamaño, con parques, historia y movimiento cultural. La generosidad local se reveló pronto: invitaciones a comidas caseras, conversaciones espontáneas, vínculos formados en vuelos, plazas y museos. “Cada encuentro amable confirma que la elección del destino ha sido la correcta, además de un privilegio enorme”, expresó.

Tres viajes, tres contextos, una ciudad compartida. Córdoba no solo hospeda estudiantes extranjeros: se convierte en territorio de descubrimientos cruzados, donde un paro enseña más sobre el funcionamiento social que un manual de política, donde un mate compartido abre puertas a nuevas amistades y donde cada rutina rota obliga a redibujar prioridades. En medio de edificios coloniales y avenidas modernas, se teje una experiencia que no se reduce a asistir a clases: consiste en aprender a habitar, comprender y cuidar una vida prestada, aunque solo sea por unos meses.