El poder evocador del sonido no reside únicamente en su cualidad vibratoria, sino en su capacidad para abrir mundos. Escuchar es un acto radical. No es sólo oír; es también exponerse, dejarse atravesar por una intensidad que desestabiliza las certezas. Lo sonoro nos toma por asalto, nos conmueve y nos implica. A diferencia de la mirada —que puede cerrar el mundo en lo visible—, la escucha lo expande: nos sumerge en paisajes invisibles, nos invita a habitar lo inaudito, a percibir los pliegues sensibles del entorno y del cuerpo. En esta clave, el sonido deviene posibilidad de transformación subjetiva.En tiempos donde el exceso de imágenes parece anestesiar el sentido, el sonido irrumpe como una potencia que nos devuelve al presente, al pulso de lo real. Late en las paredes, en los pasos ajenos, en la respiración del barrio. Las sonoridades urbanas no son neutras; son el eco de disputas, de memorias vivas, de silencios impuestos. Lo sonoro, como resto, como ruido, como interferencia, puede ser también grieta. Esa grieta por donde se filtra lo que el poder no puede contener ni nombrar del todo. En cada esquina donde suena una radio comunitaria o se enciende una cumbia villera, se conjura un conjuro contra el olvido.El paisaje sonoro no se hereda, se conquista con el cuerpo, con la emoción, con la escucha entrenada y afectiva. Desde esta perspectiva, lo que nos proponemos no es sólo cartografiar prácticas resistentes, sino también conmovernos con ellas. Practicar una escucha política es permitir que otros mundos nos hablen, incluso cuando incomodan, cuando quiebran la armonía, cuando sus sonidos desentonan con la lógica del orden. Ahí donde hay ruido, puede haber también rebeldía, deseo, deseo de ser de otro modo, de habitar distinto.Nos entusiasma pensar la producción sonora no sólo como resultado, sino como método. Grabar, mezclar, manipular audios no es solo documentar: es construir sentidos, ensayar formas de narrar lo no dicho, de amplificar lo callado. Una entrevista puede ser una coreografía de voces; un ambiente rural, una sinfonía no escrita. Lo importante es el gesto: registrar desde la cercanía, desde la implicación, desde el respeto por las huellas que deja el sonido en quienes lo emiten y en quienes lo escuchan.Por eso este proyecto no es sólo un estudio: es una apuesta política y sensorial. Una búsqueda por intervenir en la trama de lo común desde lo audible. Sabemos que el sonido no redime, pero puede desordenar. Y ese desorden puede ser fértil, puede habilitar nuevas formas de vivir juntos, de entender el conflicto, de nombrar las cosas. Escuchar, entonces, no como acto pasivo, sino como táctica de resistencia. Como una manera de decir: estamos aquí, aún cuando no se vea.