A las 16:56, la biblioteca de la Facultad de Ciencias de la Comunicación estaba atestada. Unas chicas que esperaban el comienzo del Taller Muero Muerta. La escena del crimen: narrativas mediáticas sobre femicidios y crímenes de odio en Córdoba. La biblioteca se compone de dos espacios, uno más amplio donde hay mesas compartidas y computadoras para que quienes quieran sentarse a estudiar o charlar puedan hacerlo, y otra sala oculta donde a simple vista se puede observar un cartel que dice “Sala silenciosa”. La “sala silenciosa” diseñada para albergar a una menor cantidad de personas, dispone esencialmente de computadoras para trabajar. El taller tuvo lugar allí, y lo que en un principio pareció una sala más grande por la disposición de las sillas repartidas en filas, pronto se fue convirtiendo en un espacio donde no cabían más sardinas que en una lata. El calor fue subiendo por el ambiente al producirse la llegada de los participantes, mayormente siendo mujeres las que asistían y unos cuantos hombres que destacaban por ser “contados con los dedos”. Verónica González presenta a su grupo de trabajo denominado “FURIE”. Acentuando el uso del lenguaje inclusivo en cada palabra dicha, sostiene todo con una sonrisa amplia y cálida. Portando un traje que le acentuaba la figura, Verónica hablaba sosteniendo un aspecto elegante, que era aún más destacado por los lentes puntiagudos que le contorneaban el rostro.
Todo el aire fino de la introducción se ve rápidamente abandonado por la llegada de Cecilia Castro, quien vestida completamente de negro y con ropas holgadas, en ruptura con la imagen de Verónica, comienza a repartir papelitos rosas a cada uno de los presentes. Pide escribir titulares sobre femicidios que se hayan visto en noticias de cualquier medio, y agrega que sea espontáneo, “sáquense al periodista que habita en cada une de ustedes” remarca. Cada papel que lee en voz alta y firme, lo rompe mientras dice con voz aún más potente; “Esto no es una noticia, esto es volver a matar de nuevo”. Las manos le tiemblan notablemente cada que lee cada uno de los escritos, pero aun así continua: “Esto no es una noticia, esto es volver a matar de nuevo”.
Una vez terminado con los papeles rosas, reparte amarillos, y esta vez la consiga cambia: “Escriban aquello que las noticias no dicen sobre las victimas”, explica Castro. Nuevamente lee los papeles en voz alta, pero ya no los rompe sino que los guarda y dice “Esto no es una noticia, esto es una vida”. Todos repiten en conjunto “Esto no es una noticia, esto es una vida”, cada vez con más fuerza. Silencio. La performance terminó y se da inicio al taller.
Fernanda Bratti con voz suave y delicada, casi imperceptible para los que están sentados al fondo de la sala, se presenta e introduce el proyecto integrado por docentes, periodistas, colaboradores e investigadores. Bratti explica que buscan otras formas de narrar en el arte, de “encontrar sentidos”. Vestida con tonos morados que hacen juego con el cartel que tiene de fondo, retoma que el taller es dado hoy 3 de junio porque se sale a luchar nuevamente a las calles por el “Ni Una Menos”. Fernanda introduce al tercer panelista, Alexis Oliva, quien destaca por representar el único nombre masculino en el flyer que circula del taller.
“La crónica es también un lugar donde surge el volver a matar”, afirma Oliva con tono decidido, mientras explica cómo las narrativas del formato de la crónica siempre son hegemónicas en los medios tradicionales. Al estar posicionado en el fondo de la sala, todas las cabezas se giraron a escucharlo atentamente, muchos asintiendo y otros anotando rápidamente todo lo que decía.
Nuevamente la atención se concentra en el frente y Maria, colaboradora de la Facultad de Artes, toma la palabra. “Nuestras palabras no son inocentes, quedan, se encarnan y se hacen cuerpo”, dice la joven. Su apariencia delicada y dulce, junto a su voz, la hacen parecer una participante más de las tantas que había presentes. Sin embargo, su capacidad de posicionarse desde un lugar firme para contar casos de femicidios, y específicamente el caso de Catalina Gutiérrez, estudiante de la Facultad de Arquitectura, rompen esa primera idea. Al preguntar a la audiencia que la escuchaba atentamente que les generaba en el cuerpo estas noticias, el ambiente se cargó de tristeza y tensión. Muchos contaron que les generaba ansiedad, bronca, tristeza, dolor, ganas de llorar, entre otras emociones que hacen que el cuerpo se despierte del estado de tranquilidad que impartían las voces de todos.
María mostró un video con canciones para que se activaran otros sentidos, ya no solo el sentir del cuerpo, sino también la escucha. Las canciones eran todas conocidas pero al prestar atención a las letras se descubría el machismo detrás, y la cantidad de frases inapropiadas que habían en las mismas. Al pedir la opinión del publico, Casandra Sandoval, mujer transgénero y salteña, dijo: “Siempre pienso en mis amigas que ya no están, y en cuando cantábamos canciones que sin saberlo estaban llenas de comentarios machistas”, agregando “Al otro día aparecían muertas o no las veíamos más, pensando que esos espacios que habitábamos, donde la música era para todos, son espacios comunes”. Los rostros de los presentes se endurecieron pasando inmediatamente a la tristeza. No hubo respuestas.
El taller no concluyó con risas y felicidad porque se buscaba mostrar que “las palabras no son inocentes, las palabras que le decimos al otro, se encanan, se hacen cuerpo y afectan al que está a un lado nuestro”. El salón se vació a las 19:15 y a pesar de que cuando la charla inició el sol caía lentamente, la noche pareció inadvertida y quizás un poco más fría de lo normal.