Tuve la oportunidad de charlar con Lautaro Gattolin, un trabajador del emblemático comedor universitario donde muchos estudiantes, docentes y no docentes alimentan sus mentes para poder seguir su día por la universidad.

En el campus de la Universidad Nacional de Córdoba, el comedor universitario no es solo un lugar donde los estudiantes se alimentan, sino también un espacio de integración y comunidad. Detrás de ese funcionamiento diario hay un equipo comprometido que hace posible que cientos de estudiantes accedan a una comida nutritiva a bajo costo. Uno de esos pilares es Lautaro Gattolin, quien lleva años trabajando en el comedor y hoy comparte su experiencia en esta conversación.

Lautaro ha trabajado en distintas áreas y su conocimiento profundo de la operación le permite desempeñarse con eficiencia en el día a día. “Un lunes de milanesas es típico. A las siete de la mañana ya estamos encendiendo las hornallas, preparando las guarniciones y recibiendo a los proveedores. Es un trabajo en equipo, donde todos tenemos una tarea asignada para que todo funcione a tiempo”, comenta.

El comedor sirve como una especie de hogar para los estudiantes, quienes valoran no solo la comida, sino también la atención y el trato cordial del personal. “Es fundamental saludar, dar un ‘buen día’ o un ‘buen provecho’. Esas pequeñas cosas mejoran el ambiente, y los estudiantes lo agradecen”, dice Lautaro. 

Aunque el ambiente en general es positivo, el trabajo no está libre de desafíos. Uno de los mayores problemas que enfrentan es la falta de presupuesto y la necesidad de adaptarse a las condiciones económicas del país. Lautaro señala que “el comedor no siempre puede ofrecer lo que desearíamos debido a los recortes o la falta de ciertos productos. A veces, las ensaladas son más de papa y zanahoria que de hojas verdes, porque la lechuga escasea.”

Sin embargo, a pesar de las dificultades, el equipo del comedor se las ingenia para mantener la calidad. “Siempre hay un control constante de los ingredientes. Hay un bromatólogo que supervisa que todo cumpla con las normas de seguridad alimentaria”, explica.

Además de la comida, el comedor universitario tiene un impacto profundo en la comunidad. “Alimentamos las mentes, pero también los corazones”, dice con orgullo Lautaro, al referirse a la misión social del comedor. Durante la pandemia, el comedor adaptó su servicio y, aunque el distanciamiento complicó la interacción, el equipo encontró maneras creativas de mantener el ambiente acogedor.

Uno de los aspectos que más resalta Lautaro es la diversidad en el público que atienden. “Nos toca recibir a estudiantes de intercambio que vienen de países donde no existen servicios como el comedor universitario. Para ellos es una experiencia única”, cuenta. 

Lautaro no duda en señalar algunas áreas de mejora para el comedor. “Ampliaría el horario de atención, especialmente por la tarde, y ofrecería más opciones de comidas. Pero claro, eso requiere una inversión que hoy no es fácil”, admite. 

A pesar de las dificultades, Lautaro y su equipo continúan trabajando con el mismo compromiso de siempre. Para ellos, el comedor es mucho más que un lugar de trabajo. Es un espacio de encuentro, solidaridad y sobre todo de aprendizaje.