Por Candela Díaz y Ludmila Ardiles Martinez.
En las penumbras de la noche cordobesa, los días 4 y 5 de noviembre, la Plaza del Pueblo de la Toma se convirtió en un rincón de México en el corazón de Argentina. Bajo el manto estrellado, la festividad del Día de los Muertos cobró vida en un evento mágico y conmovedor, gracias al esfuerzo conjunto de la Comunidad Mexicana de Córdoba y el respaldo de la Municipalidad.
A medida que las manecillas del reloj se acercaban a las 17 horas, la plaza se llenaba de colores y aromas exquisitos. La carpa gastronómica latinoamericana y de pueblos originarios desprendía fragancias tentadoras, mientras los maquillistas profesionales preparaban a los visitantes para sumergirse en esta celebración ancestral. Fotografías y ofrendas encontraban su lugar en un altar majestuoso, un puente entre el mundo de los vivos y el de los difuntos.
En medio del bullicio y la emoción, una voz sabia emergió de entre la multitud. Una integrante de la comunidad mexicana compartió los secretos detrás de las ofrendas, descubriendo el misterio del pan de muertos que honraba a los seres queridos. Luego, Mariana, con ojos llenos de nostalgia y esperanza, narró la odisea del festival. Comenzaron en el modesto barrio Güemes, con un pequeño altar y un grupo reducido de almas curiosas. El evento buscó refugio en un bar y luego en el museo de la cripta jesuítica, pero ninguno fue su hogar definitivo hasta el 2019, cuando, en la esquina del Cementerio San Jerónimo, nació la primera edición del evento en su forma más auténtica.
Con el anochecer, las luces se suavizaron, y la plaza se sumió en la melodía apasionada de un músico chileno. Su guitarra hablaba de tierras lejanas, de historias olvidadas y amores eternos, interpretando canciones como “La Llorona” y “Recuérdame”. Cada acorde resonaba en los corazones de los presentes, tejiendo un lazo invisible entre las almas de los vivos y los muertos.
La noche se despidió con la música del club del Chorinho, notas alegres que flotaban en el aire como suspiros de gratitud. Así, entre sonrisas y lágrimas, la celebración del Día de los Muertos en Córdoba se convirtió en un capítulo eterno en la memoria colectiva, un encuentro mágico que trascendió las fronteras y unió a las almas en un abrazo cálido y eterno.